Por Ron du Preez
N adie puede negar el estrecho vínculo que existe entre el pensamiento y la acción. Dice Proverbios 23:7: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. El psicólogo cristiano Gary Collins concuerda: “En gran medida, nuestra manera de pensar determina nuestra manera de vivir”.1 Esta relación de causa-efecto entre el pensamiento y la conducta debe llevarnos a reflexionar, como cristianos, sobre la manera en que las ideas que aceptamos determinan nuestras decisiones y nuestro estilo de vida.
La hipótesis del origen genético
En un artículo de 1994 titulado “Our Cheating Hearts” (Nuestro engañoso corazón), la revista Time destacó que, según los psicólogos evolucionistas, “es ‘natural', tanto para los hombres como para las mujeres, algunas veces, y bajo ciertas circunstancias, cometer adulterio”. El artículo aducía que estamos predispuestos o programados genéticamente para ser infieles al cónyuge. Si esto es así, ¿cómo podemos ser responsables de nuestras acciones? Supuestamente, este impulso hacia la infidelidad no depende de nuestra decisión personal, sino que tendría origen genético. Tal manera de pensar se está volviendo cada vez más popular y contribuye a justificar conductas que una vez fueron consideradas inmorales.
Sin embargo, “¿cómo pueden estar seguros estos psicólogos evolucionistas?” se pregunta Time y responde: “En parte, la fe de ellos se basa en datos de la biología evolucionista”.2 Ese parece ser el argumento fundamental: ¡la fe de estos psicólogos!
Es un hecho que los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa y que poseemos ciertas tendencias y predisposiciones pecaminosas; pero nos preguntamos: ¿En qué o en quién colocamos nuestra fe? ¿En hipótesis evolucionistas? ¿O en el Dios de la Biblia, que está dispuesto y es capaz de transformarnos en nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17)? ¿Creemos en la espuria especulación de que los genes determinan infaliblemente nuestra conducta? ¿O creemos en el poder del evangelio para transformar al que acepta a Cristo (Romanos 1:16)?
Un número cada vez mayor de científicos reconoce que si bien los genes contribuyen a perfilar nuestra personalidad, no determinan o dictan por completo nuestras decisiones. Hace poco John Ratey, un neuropsiquiatra de Harvard University, declaró: “Los genes no hacen que un hombre sea homosexual, o violento, o gordo, o líder. Los genes se limitan a fabricar proteínas....Los seres humanos no somos prisioneros de nuestros genes o nuestro medio. Tenemos libre albedrío”.3
En resumen, nacemos en pecado y tenemos tendencias hacia el mal, pero también poseemos la capacidad de elegir hacer el bien, de ser “vencedores” por medio del Espíritu de Dios (ver Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 21:7; etc.).
La ideología de la protección instrumental
Un segundo abordaje a los dilemas de la conducta humana es la ideología que aboga por la protección instrumental en las relaciones sexuales. Según un informe de las Naciones Unidas sobre el SIDA publicado en diciembre del 2004, alrededor de 40 millones de personas viven actualmente con HIV/SIDA.4 Y alrededor de 20 millones han muerto debido a esa enfermedad.
En el año 2002, alrededor de 3.100.000 personas murieron de SIDA en todo el mundo. De estas muertes, 2.300.000 se produjeron en el África subsahariana. Algunos años antes de que este informe saliera a luz, un país africano decidió promover la utilización de condones y los distribuyó en muchas instituciones. El gobierno instó a las iglesias, incluyendo a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, a exhibir preservativos en el vestíbulo de los templos y a distribuirlos entre los feligreses como una estrategia desesperada por derrotar esta mortal enfermedad. Un pastor adventista de ese país me preguntó: “¿Qué debo hacer? El gobierno me lo pide”. En una situación tal, ¿qué deberían hacer los adventistas? ¿Cómo enfrentar esta realidad de manera compasiva, bíblica y cristocéntrica?
El Dr. Harvey Elder, de Loma Linda University, que participa activamente en campañas de prevención del SIDA, ha seguido de cerca el caso de Uganda y lo explica. A partir de 1986, el gobierno de este país lanzó una campaña para cambiar la conducta sexual de los habitantes, cooperando con las iglesias, las instituciones educativas y los militares. Se promovía la abstinencia antes del matrimonio y, una vez casados, la fidelidad. Se mejoraron los métodos de exámenes médicos y las intervenciones. Los resultados fueron notables. La actividad sexual de los varones de 13-16 años disminuyó de 60 a 5 por ciento, y entre las niñas de las mismas edades pasó del 24 al 2 por ciento. La virginidad masculina en la franja de 15-19 años de edad se incrementó del 32 al 55 por ciento, mientras que la virginidad femenina pasó del 38 al 45 por ciento. Las relaciones premaritales masculinas bajaron del 60 al 23 por ciento, mientras que en las mujeres descendió del 53 al 16 por ciento. Los hombres con más de una compañera sexual disminuyeron del 86 al 29 por ciento, y en el caso de las mujeres, la disminución pasó del 75 al 7 por ciento.
Tiempo después, luego de estas disminuciones significativas, Uganda comenzó a promover el uso de condones como prevención. Hacia fines de los años 90, con el énfasis puesto en la protección instrumental, hubo una disminución del autocontrol y un incremento en el número de compañeros sexuales y de los índices de HIV.5
De manera similar, desde que el movimiento de abstinencia “El amor verdadero espera” apareció en escena en los Estados Unidos en 1993, “los índices de actividad sexual entre adolescentes, embarazos, enfermedades y abortos han disminuido durante 12 años consecutivos”, destaca Erin Curry. Y añade, “los jóvenes que se comprometen a mantenerse vírgenes hasta el matrimonio tienen menores índices de enfermedades venéreas y participan menos en conductas sexuales arriesgadas”.6
Ahora bien, puede ser cierto que los que utilizan preservativos en el sexo premarital o extramarital pueden estar “protegidos” de daños físicos tales como el SIDA, embarazos no deseados, etc. Pero este tipo de actividad no ofrece protección alguna contra la devastación emocional, psicológica, espiritual y moral. Todo el que conoce la Biblia sabe que el ser humano es un ser integral.
Como adventistas, debemos decir a los que se sientan tentados a utilizar preservativos para tener relaciones extramaritales: “Sabemos que el mundo secular alega que puedes protegerte instrumentalmente por medio de condones cuando te involucras en la promiscuidad sexual, pero recuerda que el cuerpo es una unidad integrada. La Biblia lo llama ‘el templo del Espíritu Santo' (1 Corintios 6:19). No te dejes engañar por las falsedades de este mundo en rebelión. Vive en base a principios bíblicos”.
Si bien es cierto que el HIV/SIDA puede contraerse por medio de agujas contaminadas, transfusiones de sangre, violaciones, etc., estos contagios no son el tema de de este artículo. El tema que estamos considerando es el peligro de adoptar ideologías seculares que promuevan decisiones contrarias a las enseñanzas bíblicas. Entristece saber que muchos bebés también se contagian de HIV/SIDA durante el nacimiento o la lactancia; otros, como resultado de relaciones abusivas. Sin embargo, todos los que padecen esta enfermedad deben ser tratados con compasión cristiana, como hijos de Dios, y no debemos rechazarlos.
G. C. Berkouwer, un teólogo destacado, expresa así su convicción: “La perspectiva bíblica del ser humano nos lo muestra en una diversidad impresionante, pero...nunca pierde de vista su unidad integral”.7 Los científicos médicos y sociales han confirmado que existe una relación de influencia mutua entre el cuerpo y la mente. Por eso, como seres humanos creados por Dios a su imagen, debemos esforzarnos por reflejar esa imagen en todo lo que hagamos.
La terminología eufemista
Un tercer método de encubrir la conducta impropia o inmoral es utilizar expresiones que disimulan con eufemismos la cruda realidad. A mediados de 2002, un programa de CNN analizaba los escándalos financieros de algunas compañías norteamericanas que habían estafado por sumas multimillonarias a sus inversores y empleados. Cuando Wolf Blitzer, el periodista de CNN, llamó “matemática imprecisa” a los problemas contables de estas empresas, el entrevistado expresó vigorosamente su desacuerdo: “¡Esto un fraude vergonzoso por donde se lo mire!”
Llama la atención cómo ha cambiado el uso del lenguaje. La promiscuidad ya no es llamada “fornicación”, sino “ser sexualmente activo”. Las “prostitutas” son clasificadas como “trabajadoras del sexo”. Los civiles inocentes muertos durante la guerra se denominan “daños colaterales”. La homosexualidad, clasificada en el pasado como “conducta pervertida”, es simplemente un “estilo alternativo de vida”.8
Este tipo de manipulación terminológica se observa incluso entre cristianos. Por ejemplo, el engaño es denominado “una táctica de distracción”, “una estrategia ingeniosa”, o “una solución pragmática”. ¿Por qué nos cuesta llamar a las cosas por su nombre? Una escritora cristiana nos amonesta: “Llamad al pecado por su nombre. Declarad lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal”.9
Isaías 5:20 nos advierte: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” En lugar de “ay”, algunas traducciones bíblicas utilizan el término “malditos” o “sean destruidos”. En hebreo, la palabra “ay” es utilizada a menudo en conexión con los lamentos funerarios.
Cuidémonos de estas manipulaciones del lenguaje con intenciones de disimulo o engaño. ¿Por qué? Porque estas expresiones eufemísticas tienden a minimizar el mal de ciertas prácticas, y a hacer que sea más difícil reconocer su pecaminosidad y, por lo tanto, la necesidad de un Salvador.
Habituémonos a declarar “correcto” lo que Dios llama correcto, e “incorrecto” lo que Dios denomina incorrecto, pero a hacerlo de manera compasiva y con el espíritu de Cristo, para que las personas que actúan de manera incorrecta sientan la necesidad de un Salvador. Entonces se volverán a Cristo, y él los perdonará como promete en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
La indiferencia acomodaticia
Por último, vamos a referirnos a la tendencia acomodaticia de los cristianos que prefieren ignorar las normas bíblicas sobre el estilo de vida. Como adventistas somos conscientes de que entre nosotros se observan conductas impropias, como el consumo de bebidas alcohólicas y drogas, las relaciones sexuales prematrimoniales y la violación del sábado. Algunos creen que la Iglesia Adventista y sus instituciones deberían tolerar esas prácticas para “estar a la altura de los tiempos que vivimos” y que convendría ser más flexibles en nuestra actitud hacia ciertas normas de iglesia relacionadas con el baile, el uso de joyas, etc.
Un sociólogo adventista ha declarado que “parece casi seguro” que la prohibición por parte de la iglesia del uso de joyas “no durará mucho tiempo más”.10 En efecto, el autor de un libro que trata de temas relacionados con el estilo de vida adventista, nos advierte que “si continuamos asumiendo una postura estricta e inflexible respecto de los temas con menor definición moral tales como el uso de joyas,...podemos esperar que [los jóvenes] sigan abandonando la iglesia, muchos de ellos, para nunca más volver”.11
Aunque tales predicciones sombrías podrían preocuparnos, es un hecho que las tendencias históricas, al menos en los Estados Unidos, muestran precisamente lo contrario. Al referirse al libro Acts of Faith (Hechos de fe), publicado en el año 2000, el sociólogo adventista Edwin Hernández dice: “Las investigaciones recientes muestran que a medida que las denominaciones tradicionales flexibilizaron la observancia tradicional del descanso semanal y de otras prácticas que requerían de su tiempo, los feligreses fueron privados de los beneficios de pertenecer a tal religión, a saber, al sentido de identidad distintivo y de pertenencia comunitaria. Esta situación llevó a una disminución sostenida de su membresía. Entre 1960 y 1990, las siguientes importantes denominaciones sufrieron una marcada pérdida de miembros: La Iglesia Metodista (39 por ciento); la Iglesia Presbiteriana (34 por ciento); la Iglesia Bautista de los Estados Unidos (50 por ciento); la Iglesia de Cristo (48 por ciento); y la Iglesia Episcopal (46 por ciento)”.12
En promedio, estas cinco iglesias sufrieron una disminución del 43 por ciento de su feligresía durante esos 30 años, a medida que se acomodaban más a la sociedad secular y se tornaban más tolerantes en sus normas de estilo de vida. “¿Será que la flexibilización de las normas [del estilo de vida de la Iglesia Adventista], con el propósito de hacerlas más razonables y aceptables —y de esta manera, menos costosas a las sensibilidades modernas— producirá una fe más vibrante?”, se pregunta Hernández, para concluir correctamente que, basado en las considerables evidencias del estudio de otras denominaciones protestantes que lo han hecho, los resultados de flexibilizar las normas son “devastadores”.
Años antes, el predicador metodista Dean Kelley había publicado el libro Why Conservative Churches are Growing (Por qué crecen las iglesias conservadoras).13 Una década más tarde, en 1982, se invitó a Kelly a presentar una conferencia en Andrews University sobre un tema relacionado. Kelly comenzó su presentación diciendo: “Resulta algo irónico, creo yo, que alguien que proviene de una de las iglesias en declinación numérica venga a hablar de crecimiento de iglesia a una organización que está creciendo con índices muy significativos y consistentes”. Más adelante, Kelley hizo esta observación irónica: “Si los adventistas quieren dejar de crecer y comenzar a decaer como todos los demás, todo lo que tienen que hacer es enfatizar que la abstinencia del alcohol, el tabaco y la cafeína no es realmente esencial para la salvación. Decidan que el vegetarianismo no es realmente importante, y que el lavamiento de pies [preparatorio del servicio de comunión] es una práctica de mal gusto...Reconozcan que... contribuir los diezmos, al igual que los requerimientos ya mencionados, puede ser una forma de salvación por obras. Y (casi no puedo mencionar lo siguiente) promuevan la idea de que da lo mismo guardar el sábado que el domingo”.14
Kelley parecía decirnos a los adventistas: “Si quieren que su iglesia muera, libérense de las normas y sean iguales al resto de nosotros”.
Alguien podría objetar: “Usted no puede probar que la postura adventista acerca de las joyas está basada en la Biblia”. El teólogo e investigador Ángel Rodríguez ha efectuado una análisis meticuloso del tema de las joyas en las Escrituras y lo resume así: “La norma adventista respecto de las joyas se encuentra respaldada por el análisis contextual de los pasajes bíblicos”.15
Es cierto, sin embargo, que nuestras normas siempre deben estar centradas en Cristo. El apóstol Pedro se refiere a la “buena conducta como creyentes en Cristo” (1 Pedro 3:16, DHH). Las normas eclesiásticas centradas en Cristo —es decir, “una vida piadosa”— se transforman de esta manera en oportunidades positivas de testificación. Nuestra manera de vivir será un testimonio viviente que atrae naturalmente a las personas hacia Cristo.
Debemos sostener normas basadas en la Biblia y centradas en Cristo. De otra forma y, sobre la base de las claras evidencias de otras iglesias que han abandonado las normas cristianas, nuestra iglesia morirá. Si nos volvemos como el mundo, no habrá razón para que otros se unan a nosotros, porque seremos iguales al mundo.
Una invitación personal
Hemos considerado algunos ejemplos de cómo la manera de pensar mundana influye sobre el estilo de vida y la conducta moral de algunos cristianos. En Colosenses 2:8, Pablo nos advierte: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”. Esa es la elección básica que todos debemos hacer: ¿La tradición humana o Cristo? Y como dice Pablo: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Corintios 13:5).
La Escritura nos anima: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Romanos 12:2, DHH). De esa manera, a medida que la mente de Cristo se desarrolla en nosotros, Dios obrará por medio de nuestras vidas transformadas para atraer a otros hacia Cristo.
Sobre el autor: Ron du Preez (D.Min., Andrews University; Th.D.,University of South Africa) es pastor en la Asociación de Michigan. Con anterioridad se desempeñó como docente de la Southern Adventist University, en Tennessee, y ha sido misionero en el Lejano Oriente y en el África. Sus direcciones: faithethics@yahoo.com o P.O. Box 407, Berrien Springs, Michigan 49103, EE.UU.
Fuente: Dialogo Universitario
N adie puede negar el estrecho vínculo que existe entre el pensamiento y la acción. Dice Proverbios 23:7: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. El psicólogo cristiano Gary Collins concuerda: “En gran medida, nuestra manera de pensar determina nuestra manera de vivir”.1 Esta relación de causa-efecto entre el pensamiento y la conducta debe llevarnos a reflexionar, como cristianos, sobre la manera en que las ideas que aceptamos determinan nuestras decisiones y nuestro estilo de vida.
La hipótesis del origen genético
En un artículo de 1994 titulado “Our Cheating Hearts” (Nuestro engañoso corazón), la revista Time destacó que, según los psicólogos evolucionistas, “es ‘natural', tanto para los hombres como para las mujeres, algunas veces, y bajo ciertas circunstancias, cometer adulterio”. El artículo aducía que estamos predispuestos o programados genéticamente para ser infieles al cónyuge. Si esto es así, ¿cómo podemos ser responsables de nuestras acciones? Supuestamente, este impulso hacia la infidelidad no depende de nuestra decisión personal, sino que tendría origen genético. Tal manera de pensar se está volviendo cada vez más popular y contribuye a justificar conductas que una vez fueron consideradas inmorales.
Sin embargo, “¿cómo pueden estar seguros estos psicólogos evolucionistas?” se pregunta Time y responde: “En parte, la fe de ellos se basa en datos de la biología evolucionista”.2 Ese parece ser el argumento fundamental: ¡la fe de estos psicólogos!
Es un hecho que los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa y que poseemos ciertas tendencias y predisposiciones pecaminosas; pero nos preguntamos: ¿En qué o en quién colocamos nuestra fe? ¿En hipótesis evolucionistas? ¿O en el Dios de la Biblia, que está dispuesto y es capaz de transformarnos en nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17)? ¿Creemos en la espuria especulación de que los genes determinan infaliblemente nuestra conducta? ¿O creemos en el poder del evangelio para transformar al que acepta a Cristo (Romanos 1:16)?
Un número cada vez mayor de científicos reconoce que si bien los genes contribuyen a perfilar nuestra personalidad, no determinan o dictan por completo nuestras decisiones. Hace poco John Ratey, un neuropsiquiatra de Harvard University, declaró: “Los genes no hacen que un hombre sea homosexual, o violento, o gordo, o líder. Los genes se limitan a fabricar proteínas....Los seres humanos no somos prisioneros de nuestros genes o nuestro medio. Tenemos libre albedrío”.3
En resumen, nacemos en pecado y tenemos tendencias hacia el mal, pero también poseemos la capacidad de elegir hacer el bien, de ser “vencedores” por medio del Espíritu de Dios (ver Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 21:7; etc.).
La ideología de la protección instrumental
Un segundo abordaje a los dilemas de la conducta humana es la ideología que aboga por la protección instrumental en las relaciones sexuales. Según un informe de las Naciones Unidas sobre el SIDA publicado en diciembre del 2004, alrededor de 40 millones de personas viven actualmente con HIV/SIDA.4 Y alrededor de 20 millones han muerto debido a esa enfermedad.
En el año 2002, alrededor de 3.100.000 personas murieron de SIDA en todo el mundo. De estas muertes, 2.300.000 se produjeron en el África subsahariana. Algunos años antes de que este informe saliera a luz, un país africano decidió promover la utilización de condones y los distribuyó en muchas instituciones. El gobierno instó a las iglesias, incluyendo a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, a exhibir preservativos en el vestíbulo de los templos y a distribuirlos entre los feligreses como una estrategia desesperada por derrotar esta mortal enfermedad. Un pastor adventista de ese país me preguntó: “¿Qué debo hacer? El gobierno me lo pide”. En una situación tal, ¿qué deberían hacer los adventistas? ¿Cómo enfrentar esta realidad de manera compasiva, bíblica y cristocéntrica?
El Dr. Harvey Elder, de Loma Linda University, que participa activamente en campañas de prevención del SIDA, ha seguido de cerca el caso de Uganda y lo explica. A partir de 1986, el gobierno de este país lanzó una campaña para cambiar la conducta sexual de los habitantes, cooperando con las iglesias, las instituciones educativas y los militares. Se promovía la abstinencia antes del matrimonio y, una vez casados, la fidelidad. Se mejoraron los métodos de exámenes médicos y las intervenciones. Los resultados fueron notables. La actividad sexual de los varones de 13-16 años disminuyó de 60 a 5 por ciento, y entre las niñas de las mismas edades pasó del 24 al 2 por ciento. La virginidad masculina en la franja de 15-19 años de edad se incrementó del 32 al 55 por ciento, mientras que la virginidad femenina pasó del 38 al 45 por ciento. Las relaciones premaritales masculinas bajaron del 60 al 23 por ciento, mientras que en las mujeres descendió del 53 al 16 por ciento. Los hombres con más de una compañera sexual disminuyeron del 86 al 29 por ciento, y en el caso de las mujeres, la disminución pasó del 75 al 7 por ciento.
Tiempo después, luego de estas disminuciones significativas, Uganda comenzó a promover el uso de condones como prevención. Hacia fines de los años 90, con el énfasis puesto en la protección instrumental, hubo una disminución del autocontrol y un incremento en el número de compañeros sexuales y de los índices de HIV.5
De manera similar, desde que el movimiento de abstinencia “El amor verdadero espera” apareció en escena en los Estados Unidos en 1993, “los índices de actividad sexual entre adolescentes, embarazos, enfermedades y abortos han disminuido durante 12 años consecutivos”, destaca Erin Curry. Y añade, “los jóvenes que se comprometen a mantenerse vírgenes hasta el matrimonio tienen menores índices de enfermedades venéreas y participan menos en conductas sexuales arriesgadas”.6
Ahora bien, puede ser cierto que los que utilizan preservativos en el sexo premarital o extramarital pueden estar “protegidos” de daños físicos tales como el SIDA, embarazos no deseados, etc. Pero este tipo de actividad no ofrece protección alguna contra la devastación emocional, psicológica, espiritual y moral. Todo el que conoce la Biblia sabe que el ser humano es un ser integral.
Como adventistas, debemos decir a los que se sientan tentados a utilizar preservativos para tener relaciones extramaritales: “Sabemos que el mundo secular alega que puedes protegerte instrumentalmente por medio de condones cuando te involucras en la promiscuidad sexual, pero recuerda que el cuerpo es una unidad integrada. La Biblia lo llama ‘el templo del Espíritu Santo' (1 Corintios 6:19). No te dejes engañar por las falsedades de este mundo en rebelión. Vive en base a principios bíblicos”.
Si bien es cierto que el HIV/SIDA puede contraerse por medio de agujas contaminadas, transfusiones de sangre, violaciones, etc., estos contagios no son el tema de de este artículo. El tema que estamos considerando es el peligro de adoptar ideologías seculares que promuevan decisiones contrarias a las enseñanzas bíblicas. Entristece saber que muchos bebés también se contagian de HIV/SIDA durante el nacimiento o la lactancia; otros, como resultado de relaciones abusivas. Sin embargo, todos los que padecen esta enfermedad deben ser tratados con compasión cristiana, como hijos de Dios, y no debemos rechazarlos.
G. C. Berkouwer, un teólogo destacado, expresa así su convicción: “La perspectiva bíblica del ser humano nos lo muestra en una diversidad impresionante, pero...nunca pierde de vista su unidad integral”.7 Los científicos médicos y sociales han confirmado que existe una relación de influencia mutua entre el cuerpo y la mente. Por eso, como seres humanos creados por Dios a su imagen, debemos esforzarnos por reflejar esa imagen en todo lo que hagamos.
La terminología eufemista
Un tercer método de encubrir la conducta impropia o inmoral es utilizar expresiones que disimulan con eufemismos la cruda realidad. A mediados de 2002, un programa de CNN analizaba los escándalos financieros de algunas compañías norteamericanas que habían estafado por sumas multimillonarias a sus inversores y empleados. Cuando Wolf Blitzer, el periodista de CNN, llamó “matemática imprecisa” a los problemas contables de estas empresas, el entrevistado expresó vigorosamente su desacuerdo: “¡Esto un fraude vergonzoso por donde se lo mire!”
Llama la atención cómo ha cambiado el uso del lenguaje. La promiscuidad ya no es llamada “fornicación”, sino “ser sexualmente activo”. Las “prostitutas” son clasificadas como “trabajadoras del sexo”. Los civiles inocentes muertos durante la guerra se denominan “daños colaterales”. La homosexualidad, clasificada en el pasado como “conducta pervertida”, es simplemente un “estilo alternativo de vida”.8
Este tipo de manipulación terminológica se observa incluso entre cristianos. Por ejemplo, el engaño es denominado “una táctica de distracción”, “una estrategia ingeniosa”, o “una solución pragmática”. ¿Por qué nos cuesta llamar a las cosas por su nombre? Una escritora cristiana nos amonesta: “Llamad al pecado por su nombre. Declarad lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal”.9
Isaías 5:20 nos advierte: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” En lugar de “ay”, algunas traducciones bíblicas utilizan el término “malditos” o “sean destruidos”. En hebreo, la palabra “ay” es utilizada a menudo en conexión con los lamentos funerarios.
Cuidémonos de estas manipulaciones del lenguaje con intenciones de disimulo o engaño. ¿Por qué? Porque estas expresiones eufemísticas tienden a minimizar el mal de ciertas prácticas, y a hacer que sea más difícil reconocer su pecaminosidad y, por lo tanto, la necesidad de un Salvador.
Habituémonos a declarar “correcto” lo que Dios llama correcto, e “incorrecto” lo que Dios denomina incorrecto, pero a hacerlo de manera compasiva y con el espíritu de Cristo, para que las personas que actúan de manera incorrecta sientan la necesidad de un Salvador. Entonces se volverán a Cristo, y él los perdonará como promete en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
La indiferencia acomodaticia
Por último, vamos a referirnos a la tendencia acomodaticia de los cristianos que prefieren ignorar las normas bíblicas sobre el estilo de vida. Como adventistas somos conscientes de que entre nosotros se observan conductas impropias, como el consumo de bebidas alcohólicas y drogas, las relaciones sexuales prematrimoniales y la violación del sábado. Algunos creen que la Iglesia Adventista y sus instituciones deberían tolerar esas prácticas para “estar a la altura de los tiempos que vivimos” y que convendría ser más flexibles en nuestra actitud hacia ciertas normas de iglesia relacionadas con el baile, el uso de joyas, etc.
Un sociólogo adventista ha declarado que “parece casi seguro” que la prohibición por parte de la iglesia del uso de joyas “no durará mucho tiempo más”.10 En efecto, el autor de un libro que trata de temas relacionados con el estilo de vida adventista, nos advierte que “si continuamos asumiendo una postura estricta e inflexible respecto de los temas con menor definición moral tales como el uso de joyas,...podemos esperar que [los jóvenes] sigan abandonando la iglesia, muchos de ellos, para nunca más volver”.11
Aunque tales predicciones sombrías podrían preocuparnos, es un hecho que las tendencias históricas, al menos en los Estados Unidos, muestran precisamente lo contrario. Al referirse al libro Acts of Faith (Hechos de fe), publicado en el año 2000, el sociólogo adventista Edwin Hernández dice: “Las investigaciones recientes muestran que a medida que las denominaciones tradicionales flexibilizaron la observancia tradicional del descanso semanal y de otras prácticas que requerían de su tiempo, los feligreses fueron privados de los beneficios de pertenecer a tal religión, a saber, al sentido de identidad distintivo y de pertenencia comunitaria. Esta situación llevó a una disminución sostenida de su membresía. Entre 1960 y 1990, las siguientes importantes denominaciones sufrieron una marcada pérdida de miembros: La Iglesia Metodista (39 por ciento); la Iglesia Presbiteriana (34 por ciento); la Iglesia Bautista de los Estados Unidos (50 por ciento); la Iglesia de Cristo (48 por ciento); y la Iglesia Episcopal (46 por ciento)”.12
En promedio, estas cinco iglesias sufrieron una disminución del 43 por ciento de su feligresía durante esos 30 años, a medida que se acomodaban más a la sociedad secular y se tornaban más tolerantes en sus normas de estilo de vida. “¿Será que la flexibilización de las normas [del estilo de vida de la Iglesia Adventista], con el propósito de hacerlas más razonables y aceptables —y de esta manera, menos costosas a las sensibilidades modernas— producirá una fe más vibrante?”, se pregunta Hernández, para concluir correctamente que, basado en las considerables evidencias del estudio de otras denominaciones protestantes que lo han hecho, los resultados de flexibilizar las normas son “devastadores”.
Años antes, el predicador metodista Dean Kelley había publicado el libro Why Conservative Churches are Growing (Por qué crecen las iglesias conservadoras).13 Una década más tarde, en 1982, se invitó a Kelly a presentar una conferencia en Andrews University sobre un tema relacionado. Kelly comenzó su presentación diciendo: “Resulta algo irónico, creo yo, que alguien que proviene de una de las iglesias en declinación numérica venga a hablar de crecimiento de iglesia a una organización que está creciendo con índices muy significativos y consistentes”. Más adelante, Kelley hizo esta observación irónica: “Si los adventistas quieren dejar de crecer y comenzar a decaer como todos los demás, todo lo que tienen que hacer es enfatizar que la abstinencia del alcohol, el tabaco y la cafeína no es realmente esencial para la salvación. Decidan que el vegetarianismo no es realmente importante, y que el lavamiento de pies [preparatorio del servicio de comunión] es una práctica de mal gusto...Reconozcan que... contribuir los diezmos, al igual que los requerimientos ya mencionados, puede ser una forma de salvación por obras. Y (casi no puedo mencionar lo siguiente) promuevan la idea de que da lo mismo guardar el sábado que el domingo”.14
Kelley parecía decirnos a los adventistas: “Si quieren que su iglesia muera, libérense de las normas y sean iguales al resto de nosotros”.
Alguien podría objetar: “Usted no puede probar que la postura adventista acerca de las joyas está basada en la Biblia”. El teólogo e investigador Ángel Rodríguez ha efectuado una análisis meticuloso del tema de las joyas en las Escrituras y lo resume así: “La norma adventista respecto de las joyas se encuentra respaldada por el análisis contextual de los pasajes bíblicos”.15
Es cierto, sin embargo, que nuestras normas siempre deben estar centradas en Cristo. El apóstol Pedro se refiere a la “buena conducta como creyentes en Cristo” (1 Pedro 3:16, DHH). Las normas eclesiásticas centradas en Cristo —es decir, “una vida piadosa”— se transforman de esta manera en oportunidades positivas de testificación. Nuestra manera de vivir será un testimonio viviente que atrae naturalmente a las personas hacia Cristo.
Debemos sostener normas basadas en la Biblia y centradas en Cristo. De otra forma y, sobre la base de las claras evidencias de otras iglesias que han abandonado las normas cristianas, nuestra iglesia morirá. Si nos volvemos como el mundo, no habrá razón para que otros se unan a nosotros, porque seremos iguales al mundo.
Una invitación personal
Hemos considerado algunos ejemplos de cómo la manera de pensar mundana influye sobre el estilo de vida y la conducta moral de algunos cristianos. En Colosenses 2:8, Pablo nos advierte: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”. Esa es la elección básica que todos debemos hacer: ¿La tradición humana o Cristo? Y como dice Pablo: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Corintios 13:5).
La Escritura nos anima: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Romanos 12:2, DHH). De esa manera, a medida que la mente de Cristo se desarrolla en nosotros, Dios obrará por medio de nuestras vidas transformadas para atraer a otros hacia Cristo.
Sobre el autor: Ron du Preez (D.Min., Andrews University; Th.D.,University of South Africa) es pastor en la Asociación de Michigan. Con anterioridad se desempeñó como docente de la Southern Adventist University, en Tennessee, y ha sido misionero en el Lejano Oriente y en el África. Sus direcciones: faithethics@yahoo.com o P.O. Box 407, Berrien Springs, Michigan 49103, EE.UU.
Fuente: Dialogo Universitario
Excelente artìculo, y bien fundamentado. Saludos desde el Vraem, Perù.
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