Por: Leslie N. Pollard
M ide 2,20 m., pesa 260 kg. y calza enormes zapatos. André, el gigante, espectacular miembro de la Federación Mundial de Lucha, luce una figura intimidante. Es un hombre macizo. Su formidable y sobresaliente estampa produce terror en el corazón de cualquiera que se atreva a subir con él al cuadrilátero para luchar. Tanto cuando entierra al Sepulturero, derriba a puntapiés al Ruso, o martillea a los Perros Rabiosos, la actuación de André es un gran espectáculo, como lo evidencian los ruidosos fanáticos que lo siguen. ¡Y eso es todo!
Pero los gigantes que nosotros enfrentamos son reales. Son gigantes filosóficos, educativos, financieros, personales o profesionales. Ellos se yerguen sobre el panorama oscureciendo nuestra visión, amenazando nuestra estabilidad y haciendo peligrar nuestro futuro.
Los gigantes que nos desafían
Consideremos algunos de los gigantes filosóficos que desafían nuestro modo de pensar y vivir.
El humanismo secular es uno de ellos. Afirma que la humanidad es la creadora y árbitro de nuestro destino. Desfila alrededor de nuestros predios académicos disfrazada de objetividad científica, diciendo: “Abandona tus presuposiciones religiosas y acepta los resultados ‘indiscutibles’ del empirismo científico. No hay nada sobrenatural en este mundo. Todo lo que vemos puede ser explicado por causa y efecto”. Al principio, estos gigantes parecen insuperables para el estudiante adventista. Después de todo ¿cómo podemos argüir contra años de duro y profundo darwinismo con sólo la ayuda de una Biblia abierta?
Otro gigante que enfrentamos es el relativismo moral. Este gigante dice: “Moral es todo aquello que responda a tus necesidades. No hay un código moral absoluto. Haz lo que te haga feliz”. Este gigante desfila por el ámbito universitario a guisa de descubridor de sensaciones. Fortalecido por el hedonismo reinante en el circuito de fiestas estudiantiles, seduce tanto al más joven e hiperactivo como al solitario y aislado.
El materialismo es otro gigante opresivo. Se anima a los estudiantes a ver la adquisición de conocimientos y un título no como un medio de prestar un servicio más amplio, sino como un recurso de adquisición material. El automóvil, la casa, la indumentaria pueden hacer la “buena vida”.
Estos son sólo algunos de los gigantes que enfrentamos en nuestra vida, pero el hecho a considerar no es si los enfrentaremos eventualmente, sino más bien, dónde, cuándo y cómo lo haremos. Tal vez la historia de David y el gigante nos resulte de alguna ayuda.
David y su gigante
David era un niño pastor y nada más. El menor de una familia de ocho hijos. Conocía sus ovejas. Tañía su arpa. Podía cantar. Pero difícilmente podría enfrentar al gigante Goliat que medía 2,75 m., pesaba posiblemente 425 kg., había sido soldado desde su infancia y con sus amenazas belicosas desnudaba el escalofriante temor que se ocultaba bajo el valor del ejército israelí. La armadura de bronce que llevaba Goliat pesaba más de 60 kg., lo cual era más de lo que el mismo David pesaba. Goliat se levantaba sobre el horizonte de Israel como un hombre-montaña de tecnología combativa.
En ocasiones, nosotros también debemos confrontar nuestros “goliats”. El tuyo podría ser el Goliat de una niñez abusada. O podría ser el Goliat de un matrimonio no feliz o una familia quebrantada. O podría ser el Goliat de una situación financiera deteriorada, la pérdida irreparable de uno de los padres, o todavía peor, la muerte de un hijo. Goliat nos encuentra cuando los desafíos superan nuestros recursos; cuando estamos en desventaja y desarmados. ¡Allí Goliat es real!
En el nombre del Señor
Goliat se aparecía cada día. Era el símbolo de la fuerza filistea contra Israel. Cada día, por cuarenta días se paró sobre una colina que dominaba los campamentos israelíes, proclamando su desafío. Israel quedaba desvalido. También su rey, Saúl. El nombre de Jehová era blasfemado y desafiado.
David escuchó la blasfemia. Vio el gigante y le preguntó a Saúl: “¿Quién es este gigante que desafía los ejércitos del Dios viviente?” Entonces le propuso: “Yo me haré cargo de él”. Saúl podía sentir sólo piedad por el muchachito. Pero David tenía un ‘curriculum vitae’ de gran valentía. Un león. Un oso. Y sobre todo, el Espíritu del Señor. “Yo puedo hacer caer al incircunciso filisteo”.
La reacción de David nos dice dónde enfrentar nuestros gigantes: en la intersección de Valentía y Capacidad. Valentía es una cualidad de los dirigentes que todos necesitamos. Valentía es la disposición a enfrentar nuestros desafíos sin temor. Capacidad es la cualidad necesaria para vencer a nuestros gigantes. Valentía sin capacidad es mera bravuconería. Capacidad sin valentía es temeridad. Enfrentar a nuestros gigantes requiere poseer ambas virtudes. En los desafíos que enfrentamos, tenemos que ser tanto capaces como valerosos. Los gigantes del humanismo, relativismo y materialismo no pueden derrotar nuestra experiencia personal con Dios. Tenemos que mostrar la decadencia de esas ideas, pero ello sólo puede ser hecho desde la plataforma de una experiencia cristiana.
Cuando David dijo: “Yo voy “, Saúl lo vistió con su armadura real. Pero David dijo: “No puedo ir con todo esto. . . No estoy acostumbrado”. Así que se la sacó, diciendo: “Sólo puedo enfrentar mi gigante con mi propia personalidad y estilo. Yo no puedo ser como tú, oh rey. Tengo que ser yo mismo”. Aquí se revela cómo necesitamos enfrentar a nuestros gigantes: con seguridad y confianza propia.
Deberemos estar seguros de lo que ofreceremos a la gente que servimos. Nosotros somos adventistas. Esto significa que tenemos una herencia religiosa firme que nos aparta de la gran sociedad. Mientras debemos amar a nuestros amigos no creyentes, no somos llamados a imitarlos. La realidad de nuestro llamado no nos hace mejores que otros; en todo caso, nos hace más responsables que los otros. Cuando nos reunimos con nuestros compañeros de estudios, ellos saben que somos adventistas y esperan que los signos, símbolos, principios y reglas de nuestra fe sean distinguibles. En nuestra lucha contra nuestros gigantes, los temas de identidad tienen que quedar decididamente resueltos.
Volvamos a la historia. Llega el momento. El joven David se acerca al filisteo. Goliat exhaló un silbido de desdén hacia David: “¿Soy un perro yo para que vengas a mí con palos?”. Y David le replicó: “Tu vienes a mí con espada y lanza. Mas yo vengo a ti en el nombre del Señor todopoderoso”.
Seguridad primero
La declaración de David revela dónde encontrarse con nuestros gigantes. Tenemos que encontrar a nuestros gigantes sólo después de tener la seguridad de que Dios está con nosotros. Cuando Goliat emergió desde el fondo de las líneas filisteas blandiendo toda su tecnología, nuestro pequeño David corrió hacia Goliat para enfrentarlo.
Este es nuestro pequeño David, el mismo que luego escribirá: “Levantaré mis ojos a los montes de donde vendrá mi socorro. Mi socorro viene de Jehová...” Este es nuestro David, el que más tarde cantará: “No te amilanes ante los malignos”. Este es nuestro David, el que después afirmará: “Yo confío en el Señor” porque “el Señor es mi pastor”.
Con una seguridad nacida en la presencia de Dios, David corre hacia Goliat. Se encuentra con él en el centro del cuadrilátero. Goliat avanza pesadamente, incrédulo, vomitando maldiciones contra el joven pastor. Goliat maldice a David “por todos los dioses que conocía”.1 Probablemente las cosas no venían muy bien para David en ese momento. Muchos de la multitud ya estaban planeando el funeral de ese joven atrevido. Pero Dios había elegido a David. “Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?”
David busca dentro de su bolsita, escoge una piedra para su honda, hace chasquear en el aire el cuero de esa honda y avanza hacia el poderoso gigante. Goliat levanta su casco, lívido de rabia. Cuando aquél levanta el casco, David lanza la piedra que corta el aire mordiendo la frente de esa cabeza enorme. El filisteo se va hacia adelante, todo su cuerpo temblando como si fuera invadido por una colmena de impulsos extraños. Su cuerpo convulsionado se vuelve ahora rígido mientras se desploma en el suelo. ¿Es este el hombre que hizo temblar los ejécitos de Israel? ¡Sí, este es el hombre! Derribado por un solo disparo de la honda de un pastorcillo. Súbitamente una exclamación de victoria estalla en el campo de Israel.
¡Enfréntalo!
Nunca olvidaré cómo mi ya fallecida madre enfrentó a su propio gigante. Recuerdo el día que me dio la noticia. Nos habíamos encontrado en el Colegio Oakwood para la graduación de mi hermano menor. Me pidió que la llevara de paseo por el parque. Cuando llegamos, me dijo que había algo que quería contarme, y me dijo: “Leslie, fui al médico el otro día. El me dijo que el nódulo de mi pecho es canceroso. Así que vas a tener que arreglártelas solo y hacerte cargo de tu hermano menor”.
Cuando escuché la palabra “canceroso” no me pude contener. Un súbito dolor atenazó mi corazón, trepó hasta mis ojos y rodó por mis mejillas. Y nunca olvidaré lo que ella me dijo en ese momento: “No llores. Tú sabes que no hemos venido a quedarnos. El Señor me ha dado una vida buena. El me ha dicho que todo será para bien. Un día todos nos reuniremos en el cielo y entonces nunca más nos volveremos a separar”.
Elena White nos habla de una visión que tuvo. En ella vio a la iglesia como un viejo y trajinado transatlántico, que se acerca a un témpano impresionante. La noche es fría, el témpano enorme, las aguas lóbregas y los viajeros están espantados. Entonces, una voz desde el cielo dice: “¡Enfréntenlo!”2
Esa es la voz de Dios para ti y para mí. Enfrenta a los gigantes en la esquina de Valentía, Capacidad y Compromiso. Enfréntalos con seguridad y confianza en ti. Enfréntalos luego de que tengas la plena seguridad de que Dios está contigo.
El Dr. Leslie N. Pollard (D.Min., Claremont School of Theology) es vicepresidente a cargo de la oficina de Diversidad en la Universidad Loma Linda. Su dirección es: Loma Linda University, Loma Linda 92354, California; E.U A.
Notas y referencias
1. Elena White, Patriarcas y profetas (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1978), p. 701.
2. White, Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: 1977), t. 1., p. 239.
Fuente: Dialogo Universitario
Pero los gigantes que nosotros enfrentamos son reales. Son gigantes filosóficos, educativos, financieros, personales o profesionales. Ellos se yerguen sobre el panorama oscureciendo nuestra visión, amenazando nuestra estabilidad y haciendo peligrar nuestro futuro.
Los gigantes que nos desafían
Consideremos algunos de los gigantes filosóficos que desafían nuestro modo de pensar y vivir.
El humanismo secular es uno de ellos. Afirma que la humanidad es la creadora y árbitro de nuestro destino. Desfila alrededor de nuestros predios académicos disfrazada de objetividad científica, diciendo: “Abandona tus presuposiciones religiosas y acepta los resultados ‘indiscutibles’ del empirismo científico. No hay nada sobrenatural en este mundo. Todo lo que vemos puede ser explicado por causa y efecto”. Al principio, estos gigantes parecen insuperables para el estudiante adventista. Después de todo ¿cómo podemos argüir contra años de duro y profundo darwinismo con sólo la ayuda de una Biblia abierta?
Otro gigante que enfrentamos es el relativismo moral. Este gigante dice: “Moral es todo aquello que responda a tus necesidades. No hay un código moral absoluto. Haz lo que te haga feliz”. Este gigante desfila por el ámbito universitario a guisa de descubridor de sensaciones. Fortalecido por el hedonismo reinante en el circuito de fiestas estudiantiles, seduce tanto al más joven e hiperactivo como al solitario y aislado.
El materialismo es otro gigante opresivo. Se anima a los estudiantes a ver la adquisición de conocimientos y un título no como un medio de prestar un servicio más amplio, sino como un recurso de adquisición material. El automóvil, la casa, la indumentaria pueden hacer la “buena vida”.
Estos son sólo algunos de los gigantes que enfrentamos en nuestra vida, pero el hecho a considerar no es si los enfrentaremos eventualmente, sino más bien, dónde, cuándo y cómo lo haremos. Tal vez la historia de David y el gigante nos resulte de alguna ayuda.
David y su gigante
David era un niño pastor y nada más. El menor de una familia de ocho hijos. Conocía sus ovejas. Tañía su arpa. Podía cantar. Pero difícilmente podría enfrentar al gigante Goliat que medía 2,75 m., pesaba posiblemente 425 kg., había sido soldado desde su infancia y con sus amenazas belicosas desnudaba el escalofriante temor que se ocultaba bajo el valor del ejército israelí. La armadura de bronce que llevaba Goliat pesaba más de 60 kg., lo cual era más de lo que el mismo David pesaba. Goliat se levantaba sobre el horizonte de Israel como un hombre-montaña de tecnología combativa.
En ocasiones, nosotros también debemos confrontar nuestros “goliats”. El tuyo podría ser el Goliat de una niñez abusada. O podría ser el Goliat de un matrimonio no feliz o una familia quebrantada. O podría ser el Goliat de una situación financiera deteriorada, la pérdida irreparable de uno de los padres, o todavía peor, la muerte de un hijo. Goliat nos encuentra cuando los desafíos superan nuestros recursos; cuando estamos en desventaja y desarmados. ¡Allí Goliat es real!
En el nombre del Señor
Goliat se aparecía cada día. Era el símbolo de la fuerza filistea contra Israel. Cada día, por cuarenta días se paró sobre una colina que dominaba los campamentos israelíes, proclamando su desafío. Israel quedaba desvalido. También su rey, Saúl. El nombre de Jehová era blasfemado y desafiado.
David escuchó la blasfemia. Vio el gigante y le preguntó a Saúl: “¿Quién es este gigante que desafía los ejércitos del Dios viviente?” Entonces le propuso: “Yo me haré cargo de él”. Saúl podía sentir sólo piedad por el muchachito. Pero David tenía un ‘curriculum vitae’ de gran valentía. Un león. Un oso. Y sobre todo, el Espíritu del Señor. “Yo puedo hacer caer al incircunciso filisteo”.
La reacción de David nos dice dónde enfrentar nuestros gigantes: en la intersección de Valentía y Capacidad. Valentía es una cualidad de los dirigentes que todos necesitamos. Valentía es la disposición a enfrentar nuestros desafíos sin temor. Capacidad es la cualidad necesaria para vencer a nuestros gigantes. Valentía sin capacidad es mera bravuconería. Capacidad sin valentía es temeridad. Enfrentar a nuestros gigantes requiere poseer ambas virtudes. En los desafíos que enfrentamos, tenemos que ser tanto capaces como valerosos. Los gigantes del humanismo, relativismo y materialismo no pueden derrotar nuestra experiencia personal con Dios. Tenemos que mostrar la decadencia de esas ideas, pero ello sólo puede ser hecho desde la plataforma de una experiencia cristiana.
Cuando David dijo: “Yo voy “, Saúl lo vistió con su armadura real. Pero David dijo: “No puedo ir con todo esto. . . No estoy acostumbrado”. Así que se la sacó, diciendo: “Sólo puedo enfrentar mi gigante con mi propia personalidad y estilo. Yo no puedo ser como tú, oh rey. Tengo que ser yo mismo”. Aquí se revela cómo necesitamos enfrentar a nuestros gigantes: con seguridad y confianza propia.
Deberemos estar seguros de lo que ofreceremos a la gente que servimos. Nosotros somos adventistas. Esto significa que tenemos una herencia religiosa firme que nos aparta de la gran sociedad. Mientras debemos amar a nuestros amigos no creyentes, no somos llamados a imitarlos. La realidad de nuestro llamado no nos hace mejores que otros; en todo caso, nos hace más responsables que los otros. Cuando nos reunimos con nuestros compañeros de estudios, ellos saben que somos adventistas y esperan que los signos, símbolos, principios y reglas de nuestra fe sean distinguibles. En nuestra lucha contra nuestros gigantes, los temas de identidad tienen que quedar decididamente resueltos.
Volvamos a la historia. Llega el momento. El joven David se acerca al filisteo. Goliat exhaló un silbido de desdén hacia David: “¿Soy un perro yo para que vengas a mí con palos?”. Y David le replicó: “Tu vienes a mí con espada y lanza. Mas yo vengo a ti en el nombre del Señor todopoderoso”.
Seguridad primero
La declaración de David revela dónde encontrarse con nuestros gigantes. Tenemos que encontrar a nuestros gigantes sólo después de tener la seguridad de que Dios está con nosotros. Cuando Goliat emergió desde el fondo de las líneas filisteas blandiendo toda su tecnología, nuestro pequeño David corrió hacia Goliat para enfrentarlo.
Este es nuestro pequeño David, el mismo que luego escribirá: “Levantaré mis ojos a los montes de donde vendrá mi socorro. Mi socorro viene de Jehová...” Este es nuestro David, el que más tarde cantará: “No te amilanes ante los malignos”. Este es nuestro David, el que después afirmará: “Yo confío en el Señor” porque “el Señor es mi pastor”.
Con una seguridad nacida en la presencia de Dios, David corre hacia Goliat. Se encuentra con él en el centro del cuadrilátero. Goliat avanza pesadamente, incrédulo, vomitando maldiciones contra el joven pastor. Goliat maldice a David “por todos los dioses que conocía”.1 Probablemente las cosas no venían muy bien para David en ese momento. Muchos de la multitud ya estaban planeando el funeral de ese joven atrevido. Pero Dios había elegido a David. “Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?”
David busca dentro de su bolsita, escoge una piedra para su honda, hace chasquear en el aire el cuero de esa honda y avanza hacia el poderoso gigante. Goliat levanta su casco, lívido de rabia. Cuando aquél levanta el casco, David lanza la piedra que corta el aire mordiendo la frente de esa cabeza enorme. El filisteo se va hacia adelante, todo su cuerpo temblando como si fuera invadido por una colmena de impulsos extraños. Su cuerpo convulsionado se vuelve ahora rígido mientras se desploma en el suelo. ¿Es este el hombre que hizo temblar los ejécitos de Israel? ¡Sí, este es el hombre! Derribado por un solo disparo de la honda de un pastorcillo. Súbitamente una exclamación de victoria estalla en el campo de Israel.
¡Enfréntalo!
Nunca olvidaré cómo mi ya fallecida madre enfrentó a su propio gigante. Recuerdo el día que me dio la noticia. Nos habíamos encontrado en el Colegio Oakwood para la graduación de mi hermano menor. Me pidió que la llevara de paseo por el parque. Cuando llegamos, me dijo que había algo que quería contarme, y me dijo: “Leslie, fui al médico el otro día. El me dijo que el nódulo de mi pecho es canceroso. Así que vas a tener que arreglártelas solo y hacerte cargo de tu hermano menor”.
Cuando escuché la palabra “canceroso” no me pude contener. Un súbito dolor atenazó mi corazón, trepó hasta mis ojos y rodó por mis mejillas. Y nunca olvidaré lo que ella me dijo en ese momento: “No llores. Tú sabes que no hemos venido a quedarnos. El Señor me ha dado una vida buena. El me ha dicho que todo será para bien. Un día todos nos reuniremos en el cielo y entonces nunca más nos volveremos a separar”.
Elena White nos habla de una visión que tuvo. En ella vio a la iglesia como un viejo y trajinado transatlántico, que se acerca a un témpano impresionante. La noche es fría, el témpano enorme, las aguas lóbregas y los viajeros están espantados. Entonces, una voz desde el cielo dice: “¡Enfréntenlo!”2
Esa es la voz de Dios para ti y para mí. Enfrenta a los gigantes en la esquina de Valentía, Capacidad y Compromiso. Enfréntalos con seguridad y confianza en ti. Enfréntalos luego de que tengas la plena seguridad de que Dios está contigo.
El Dr. Leslie N. Pollard (D.Min., Claremont School of Theology) es vicepresidente a cargo de la oficina de Diversidad en la Universidad Loma Linda. Su dirección es: Loma Linda University, Loma Linda 92354, California; E.U A.
Notas y referencias
1. Elena White, Patriarcas y profetas (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1978), p. 701.
2. White, Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: 1977), t. 1., p. 239.
Fuente: Dialogo Universitario
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