«La iglesia es la familia de Dios; somos adoptados por Él como hijos y vivimos sobre la base del nuevo pacto. La iglesia es el cuerpo de Cristo, una comunidad de fe de la cual Cristo mismo es la cabeza. La iglesia es la esposa por la cual Cristo murió para poder santificarla y purificarla. Cuando regrese en triunfo, se la presentará como una iglesia gloriosa, es a saber, los fieles de todas las edades, adquiridos por su sangre, sin mancha ni arruga, santos e inmaculados».
Muchas personas en el mundo actual, especialmente en el occidente, están aumentando su interés por lo espiritual, pero son sumamente desconfiadas en cuanto a pertenecer a una iglesia institucional. No muy seguras de la religión organizada con todo el bagaje que supuestamente lleva con ella, preguntan, ¿necesitamos todavía una iglesia? Para muchos, el hecho de que el cristianismo esté dividido en miles de fragmentos, y cada uno promueve su propia variedad de la verdad y defiende sus ritos y tradiciones particulares, es una enorme piedra de tropiezo. Parece un grito muy lejano la unidad que Cristo dijo a sus seguidores que oraran por ella. Si necesitamos la iglesia, ¿dónde está? ¿En todas las tradiciones cristianas separadas, o solo en un segmento que tiene «la verdad»?
Al mismo tiempo, cada vez más personas que solicitan el bautismo no quieren unirse a la comunidad de una iglesia en particular. ¿Es esto bíblicamente defendible? ¿Debería una denominación ordenar que sus nuevos miembros se suscriban a una larga lista de doctrinas, o estar dispuestos a bautizar a todo aquel que tan solo expresa su deseo de seguir a Cristo, ya sea que desee pertenecer o no a la comunidad visible?
Abundan otras preguntas. ¿Qué clase de iglesia organizada desempeña el mejor papel? ¿Debería la congregación local tener total autonomía? ¿O es una estructura nacional o aun global, la que está más en armonía con los principios bíblicos? ¿Cómo se relacionan las funciones del clero y los laicos? ¿Y qué de la ordenación de las mujeres al ministerio pastoral? ¿Cómo puede, o debe, funcionar la disciplina eclesiástica en el mundo actual? ¿Cómo entran las entidades eclesiásticas en el concepto bíblico de la iglesia? ¿Cómo deberíamos definir el concepto de un remanente? Y así la lista continúa.
La comunidad: un concepto bíblico
Dios siempre quiso trabajar a través de una comunidad de personas. Aun antes de que hiciera su pacto con Abraham y le prometiera que sería el pro-genitor de una nación especial que sería una bendición para el mundo entero (Génesis 12:1-3), el Señor apartó familias particulares entre los descendientes de Adán, Set, Noé y Sem como los guardianes de su verdad.
En el Antiguo Testamento Dios habló al pueblo de Israel como su «pueblo santo» (Deuteronomio 28:9) y como una «nación santa». El Nuevo Testamento describió a sus seguidores como una «congregación» o «asamblea» que había sido llamada (Hechos 7:38). La Septuaginta (la versión griega del Antiguo Testamento que se usaba en el tiempo de Cristo) con frecuencia emplea la palabra ekklesia para referirse al pueblo de Dios de la antigüedad. Es la traducción del hebreo de la palabra qahal, cuya raíz tiene el significado de «ser llamado». La palabra griega ekklesia está compuesta de dos palabras: ek «salir» y el verbo kalein «llamar». Dios llamó a su pueblo del Antiguo Testamento para una misión específica: Proclamar sus obras ante las otras naciones que estaban alrededor (Isaías 56:7).
El llamamiento de los discípulos (Marcos 3:13-19) señala el primer escenario de la creación de la comunidad de creyentes del Nuevo Testamento. Doce seguidores de Jesús constituyeron un grupo élite que recibieron un papel especial. Los doce habían tenido el privilegio de participar de un ex-tenso entrenamiento a través de su asociación con Jesús (Marcos 6:7-12; Mateo 9:35-10:18). Note, sin embargo, que los Evangelios se refieren a más personas como «discípulos» de Cristo, incluyendo a los setenta discípulos que Jesús envió en una misión especial (Lucas 10:1-24), y varias mujeres (ver, por ejemplo, Lucas 8:1-3).
Durante la última cena (Mateo 26:26-29 y pasajes paralelos) Cristo instituyó el «Nuevo pacto» con sus discípulos como el nuevo pueblo de Dios. Este pasaje de la Biblia no solo es importante por su relación con la institución y significado de la Cena del Señor, sino también por el amplio concepto de comunidad que implicaba la práctica de este solemne rito hasta la segunda venida de Cristo.
La iglesia no sería solo una asociación de personas que disfrutarían las actividades sociales o se reunirían regularmente para la edificación espiritual. Dios estableció a la iglesia porque tenía una misión para llevar a cabo. La misión es, de hecho, la razón por la que existe la iglesia. La gran comisión (Mateo 28:19, 20 y pasajes paralelos en los otros Evangelios) es, con muy buenas razones, el clímax de la historia del evangelio.
Inmediatamente después de la partida del Señor encontramos una comunidad de creyentes en Jerusalén, con los discípulos como sus principales representantes. La fragmentaria información en Hechos 2:42-47 sugiere alguna forma de vida comunitaria, pero también en constante crecimiento. Aún miembros del clero judío se unieron a los creyentes en Cristo (Hechos 6:7). El derramamiento del Espíritu durante la fiesta del Pentecostés les dio la dotación sobrenatural del poder que catapultó a la comunidad cristiana al escenario religioso del primer siglo. Visitantes de una gran variedad de naciones escucharon las buenas nuevas de Cristo en su propio idioma y llevaron sus nuevas percepciones con ellos cuando regresaron a sus hogares. La oposición provocó una gran dispersión de creyentes en Judea y Samaria (Hechos 8:1). Hechos 8 informa las actividades de Felipe en Samaria y su contacto con un dignatario en su camino de regreso a Nubia. Hechos 9 describe el progreso de la iglesia en Damasco. Y así continúa la historia. Desde su mismo comienzo la iglesia fue étnica y culturalmente diversa, y mientras se expandía así lo hacía su estructura organizativa.
¿Qué es la iglesia?
El Nuevo Testamento habla tanto sobre de la iglesia y también sobre el reino de Dios. ¿Son idénticos los dos? Casi, pero no completamente. La iglesia es la comunidad de personas que vive bajo las leyes de Dios. Uno podría decir que el reino crea a la iglesia, y que la iglesia, a cambio, testifica del reino y vive sobre las bases éticas del reino, como está expresado en las enseñanzas que Cristo impartió en el monte donde habló de las bienaventuranzas.
Una visión cristiana tradicional (ampliamente difundida) es que la iglesia sustituyó a Israel en el plan de Dios. Los teólogos han etiquetado el concepto como la teoría de la sustitución. En este contexto, muchos se refieren con frecuencia a la iglesia como el «Israel espiritual». Aunque ese término no aparece en el Nuevo Testamento, muchos han creído, entre ellos hay teólogos adventistas, que el Nuevo Testamento apoya ampliamente esta idea. Sin embargo, algunos eruditos adventistas argumentan que los que apoyan la teoría de la sustitución exageran su caso, y que encontramos suficientes bases bíblicas para defender la idea de que los judíos todavía tienen un papel importante dentro de los propósitos salvíficos de Dios (salvación histórica). Parecería que, al menos, debemos reconocer una continuidad así como una discontinuidad entre Israel y la iglesia.
Una iglesia invisible
Muchas veces las personas hacen una distinción entre la iglesia visible y la in-visible. La iglesia invisible supuestamente está formada por aquellos creyentes que ya han pasado al descanso, por aquellos que todavía van a nacer y elegirán creer y por todos los creyentes que ahora viven en alguna parte de la tierra y podrían o no podrían ser miembros de comunidades cristianas. Mientras son desconocidos para nosotros, son conocidos para Dios «quien conoce todos los corazones» (1 Crónicas 28:9) y «conoce a los que son suyos» (2 Timoteo 2:9). En algunas iglesias, como la Católica Romana y la Ortodoxa, la diferencia entre la iglesia visible e invisible (su propia iglesia) es más bien borroso y aun puede haber una tendencia a permitir que las dos coincidan. Otros grupos cristianos, la Iglesia Adventista entre ellos, insisten no solamente en que hay una iglesia invisible sino también una comunidad visible, pero que es importante para los individuos creyentes unirse a la comunidad visible en todo lo posible. Esto, por supuesto, levanta la pregunta si todos los cristianos que viven en una época específica deben unirse a una iglesia si quieren ser parte del pueblo de Dios y recibir la salvación.
Solo unos pocos grupos religiosos restringen la iglesia visible sobre la tierra a su propia organización. Los adventistas del séptimo día nunca han tenido esta posición tampoco. Ellos ven a la iglesia como más extensa que su propia denominación. Sin embargo, no todas las que se llaman a sí mismas «iglesia» califican como tales. El Nuevo Testamento es claro cuando habla sobre la realidad de la apostasía. Hay situaciones cuando se enseña la falsa doctrina, y los «falsos profetas» llevan al pueblo al extravío. Cuando Cristo no es adorado como Señor y la apostasía llega más allá de cierto límite (1 Juan 4:1-6), no hay duda de que la situación se ha ido más allá de los confines de la iglesia de Cristo. Pasajes como 1 Timoteo 4:1-5 y 2 Timoteo 3:1-9 están entre las declaraciones más francas concernientes a la realidad de la apostasía, especialmente durante «los últimos días». Así que no toda institución visible que se proclama a sí misma «iglesia» puede, de hecho, reclamar ser parte de la iglesia visible de Dios. Los cristianos necesitan el «don del discernimiento» para reconocer cuando los errores han oscurecido la verdad, y para que podamos concluir con seguridad que no hemos de estar de acuerdo con una particular tradición, grupo u organización como parte de la iglesia cristiana (1 Corintios 12:10). En esos casos uno podría hablar del «cristianismo apóstata», y podría ser justificado usar títulos como «sectas» o «cultos». Sin embargo, aun entonces debería tenerse cuidado de pronunciar un juicio sobre los creyentes de manera individual. Y nunca hemos de olvidar que Cristo nos amonestó para que no pronunciemos juicio y ni hagamos una división precisa entre lo que es verdadero y lo que es falso, porque nuestro juicio humano nunca será totalmente confiable (Mateo 13:24-30; 36-43). Tenemos que centrarnos en unir nuestros esfuerzos en seguir y proclamar la verdad. Esto es lo que el adventismo siempre ha creído.
Los adventistas también creen que un segmento especial de la iglesia visible tiene un lugar y papel únicos. Aquí encontramos el concepto del remanente, un término ya presentado en el Antiguo Testamento, en particular en los escritos proféticos, pero se le da una aplicación especial en el fin del tiempo. Al final del tiempo hay un «resto» (Apocalipsis 12:17) de aquellos que permanezcan leales a su Creador y guardan los mandamientos de Dios. Los adventistas sostienen que el final del clímax de la historia la iglesia visible coincidirá con ese «resto» fiel. En el escenario del fin del tiempo los adventistas predicen una creciente lucha entre la iglesia «verdadera» y la iglesia «apóstata». Grandes secciones del cristianismo formarán parte de la «Babilonia», mien-tras que una parte relativamente pequeña permanecerá firme en su obediencia a la verdad bíblica. Aquí es donde los adventistas ven su misión y papel especial. Esto ha sido tanto una bendición como una tentación. La escatología adventista ha ayudado a la iglesia a comprender su responsabilidad y misión global. Pero también tiende a animar a las personas a mirar primariamente a la iglesia como un lugar para los pocos que serán salvos y como una comunidad de santos (casi) perfectos que «tienen» la verdad, en lugar de una escuela para pecadores. Como resultado, esto ha favorecido frecuentemente una tendencia hacia el perfeccionismo y legalismo.
Tradición y verdad
¡Tenemos la verdad de la Biblia, mientras que otras iglesias están entrampadas, en sus tradiciones humanas! Pocos estarían preparados para expresar sus convicciones con tanta franqueza como esta. Sin embargo, es lo que de hecho, muchos adventistas piensan. Y, de seguro, no hay duda de que las tradiciones heredadas, más que un estudio personal e independiente son las que determinan lo que las personas creen. La Iglesia Católica Romana sostiene que la Biblia no es suficiente para comprender la verdad. La iglesia tiene la tarea de explicar lo que la Biblia enseña, y que la tradición de la iglesia debe ser tomada en cuenta como una de las fuentes de la revelación. Los protestantes «protestaron» contra tal posición y defendieron la posición de «sola scríptura», que la Biblia sola debía ser el fundamento de nuestras doctrinas. Sin embargo, es claro que la tradición también ha asumido un papel significativo en el pensamiento protestante.
¿Qué en cuanto el adventismo? ¿Ha sido capaz la Iglesia Adventista de permanecer libre de las tradiciones humanas? ¿O la creación de tradiciones es inevitable? ¿Son quizás aceptables las tradiciones mientras no vayan en contra de las enseñanzas de la Biblia? Debemos enfrentar el hecho innegable de que una comunidad religiosa no puede funcionar sin tradiciones. Cada comunidad religiosa se origina dentro de un contexto y de ese modo «nace» con ciertas tradiciones. Los pioneros adventistas fueron influenciados, al menos en alguna medida, por las tradiciones de las comunidades de donde salieron. Estaban impregnados en las tradiciones de la frontera, y siguieron con estas tradiciones cuando se mudaron al oeste. No podemos entender a Elena G. de White separada de algunas tradiciones reformistas del siglo XIX en Estados Unidos. Tampoco podemos entender al adventismo actual sin algún conocimiento de algunas tradiciones del país donde se originó y se desarrolló. Y, con toda seguridad, las tradiciones de los países donde se ha logrado establecer, influirán sobre el adventismo.
No obstante, esto va más lejos todavía. Una comunidad comparte un juego de puntos de vista y de ese modo establece su identidad. Se encuentra en problemas si no posee un sentido de identidad común. Cuando la diversidad ha reemplazado en gran medida su autocomprensión original, desarrollará una crisis de identidad. Ejemplos indudables de esto dificultan actual-mente el funcionamiento del adventismo. Pero una comunidad no se centra solamente sobre un conjunto de creencias fundamentales. Una comunidad religiosa también se caracteriza por sus ritos y costumbres, por su modelo de adoración, por sus formas particulares de leer la Biblia y, ciertamente, también por el uso de sus símbolos religiosos y por su lenguaje. Permítame darle algunos ejemplos. Para un adventista del séptimo día, «el mensaje de los tres ángeles», el «Espíritu de Profecía», «el remanente», y «la lluvia tardía» son términos y frases familiares. Pero la terminología calvinista con respecto a las sutilezas de la doctrina de la predestinación no es parte de la jerga adventista. Los adventistas saben qué hacer cuando el «servicio de humildad» tiene lugar, pero no tienen la menor idea del papel que representan los iconos en el culto ortodoxo. Cuando los adventistas leen la Biblia, ponen particular atención en los textos que podrían fortalecer su visión del sábado o de la segunda venida, pero podrían pasar fácilmente por alto aquellos textos relacionados con el pacto que algunos protestantes tomarían en cuenta para defender la idea del bautismo de infantes. La familiaridad con los comentarios de Elena G. de White constantemente modelan la forma como los adventistas leen y explican la Biblia.
Compartir estas y otras tradiciones es parte de lo que significa ser una comunidad. Lo que nos debe distinguir de los demás es que debemos continuar cultivando una buena disposición a comparar críticamente las tradiciones de otros, así como también las nuestras con la Biblia, y continuar siendo lo más abiertos e imparciales que podamos mientras procuramos obtener una comprensión más profunda de la Palabra de Dios. Pero eso no es tan fácil como parece. Una vez que hemos establecido ciertos puntos de vista y teorías, llega a ser más difícil mirar de nuevo todas las pruebas, si se necesita cambiar una idea muy apreciada. Este ha sido, sin embargo, el genio del adventismo, que fue capaz de hacer todo eso, mientras crecía hasta convertirse en el movimiento misionero mundial que es en la actualidad. Este será uno de los más grandes desafíos no perder esa tradición de estar dispuestos a cambiar y adoptar «más luz» cuando venga a nuestro sendero.
De nuevo, ¿qué es la iglesia?
Cuando utilizamos la palabra «iglesia» con frecuencia lo hacemos refiriéndonos al edificio o a la estructura organizacional. Es importante notar que uno puede emplear el término ekklesia en una cantidad de formas en la actualidad (excepto que en la Biblia nunca se refiere al edificio). Ekklesia podía referirse a la iglesia universal (Efesios 1:22; 3:10, 21; 1 Corintios 10:32), pero también a la iglesia local (Romanos 16:1; Apocalipsis 2:3), o a una asamblea local (1 Corintios 1:18; 14:19), o incluso a la iglesia de una casa (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19). Como vimos ya, el nombre ekklesia surge del ver-bo griego kalein, que significa «llamar». Este llamado incluye una invitación a la relación y a la misión, pero también es ser llamado a reunirse con la comunidad para compartir una herencia futura.
El Nuevo Testamento emplea una variedad sorprendentes de metáforas para caracterizar a la iglesia. Hemos de recordar siempre que las metáforas no nos proporcionan descripciones analíticas exhaustivas, solo son lemas que se enfocan sobre un aspecto en particular de un fenómeno dado. No debemos utilizar las metáforas unas contra otras. Cada una de ellas enfatiza un aspecto en particular. Juntas nos ayudan a captar en cierto grado, un cuadro más completo.
La Escritura, por ejemplo, describe a la iglesia como a una familia, un pilar, una fortaleza, y un ejército. Las palabras «hermano» y «hermana» que son parte de la tradición adventista, desde luego, están basadas en la metáfora de la familia (Hebreos 2:11). La metáfora del ejército (2 Corintios 10:3-5) está estrechamente conectada con la imagen más amplia de la batalla de la vida espiritual contra los poderes del mal, que los creyentes deben pelear con una armadura espiritual apropiada (Efesios 6:10-18).
Una de las metáforas más prominentes para la iglesia es la del cuerpo de Cristo. Enfatiza la unidad (organizacional y espiritual) de la iglesia de una sola manera y pone especial énfasis sobre las interrelaciones y la interdependencia de los miembros. Los miembros tienen funciones amplia-mente diferentes, pero deben cooperar, y nadie ha de ser desechado. La metáfora del cuerpo implica claramente la posibilidad y la necesidad del crecimiento espiritual. Referirnos a la iglesia como el cuerpo de Cristo es un lenguaje poderoso, pero no deberíamos identificar totalmente a la iglesia con el Cristo resucitado y hacer de la iglesia una reencarnación de Cristo. La iglesia no puede existir separada de Cristo, pues Cristo —como la segunda persona de la Divinidad es diferente de la iglesia. Cristo es perfecto, pero la iglesia, mientras permanezca en este mundo, será imperfecta.
La metáfora de la iglesia como la esposa de Cristo está centrada en el aspecto de la intimidad y el amor, en la más íntima relación. Uno podría decir que la metáfora del cuerpo penetra hasta el punto sublime en esta representación de la iglesia como si hubiera llegado a ser una carne con Cristo en la unión matrimonial con él. Salta a la mente la descripción profética que hace el Antiguo Testamento de Israel como la esposa de Dios, (ver Isaías 54:5-7). Por otra parte las Escrituras en muchas ocasiones describen la ido-latría como una relación adúltera en la cual el pueblo ha reemplazado la esposa con prostitutas. Los primeros capítulos del libro de Oseas nos ofrecen el más chocante ejemplo de tal figura. Recuerde que, en la historia de la iglesia, la imagen de la esposa algunas veces ha sido cargada con ideas que van más allá de la aplicación deseada. Por ejemplo, las mujeres de los tiempos medievales introdujeron fuertes sentimientos sexuales en su relación con el novio.
Luego tenemos la metáfora de la iglesia como el templo de Dios. El pueblo del Antiguo Testamento veía el santuario como el lugar donde Dios «habitaba» entre su pueblo. El antitípo de este simbolismo es el santuario celestial y la presencia divina en la nueva Jerusalén, la habitación final de los re-dimidos (Apocalipsis 21:3). Mientras estamos todavía en esta tierra, la iglesia es el santo templo del Señor (Efesios 2:21). En un sentido el creyente individual es también descrito como un templo de Dios (1 Corintios 6:19, 20). ¿Qué mejor terminología podría haber para retratar a la iglesia como un lugar santificado en el cual Dios quiere estar presente? La metáfora del templo tiene una cantidad enorme de extensiones.
Al principio de su ministerio Jesús dijo que el templo de Jerusalén iba a ser destruido, pero que sería restaurado después de tres días (Marcos 14:58). Jesús habló de su propia obra como sustituyendo el templo de Jerusalén en el plan de Dios. El templo literal —el centro tradicional de la adoración de Dios— sería reemplazado por un nuevo templo que Jesús estaba construyendo, un templo edificado no con piedras, sino con los miembros del nuevo Israel. Curiosamente, Apocalipsis 22: 2 une las dos metáforas. Describe al pueblo de Dios en uno y el mismo aliento como la santa ciudad y como una hermosa novia adornada para su esposo.
Finalmente, debemos mencionar la metáfora de la iglesia como el pueblo de Dios. El Señor siempre tuvo y siempre tendrá, un grupo de personas que son suyas en un sentido especial (ver, 1 Pedro 2:9, que hace eco de Éxodo 19:5, 6). Las Escrituras también se refieren al pueblo de Dios como los santos. Eso no significa que son súper piadosos o están bien cercanos a la perfección. Pero él los ha apartado de otros pueblos para que ellos sean sus testigos. Ellos han sido «redimidos», comprados por el Redentor, que pagó por su redención con su sangre (Éxodo 15:13, 16; Hechos 20:28).
E1 sacerdocio de todos los creyentes
Los protestantes definen a la iglesia como el sacerdocio de los creyentes. Las iglesias de la Reforma redescubrieron esta verdad y enfatizaron la superioridad de la perspectiva bíblica sobre el sistema sacerdotal de la iglesia medieval que predicaba una aguda distinción entre la jerarquía sacerdotal y los creyentes «ordinarios», quienes dependían de los sacerdotes como sus mediadores para acceder a Dios. El nuevo pueblo de Dios no tiene un sacerdocio en su medio como Israel en los tiempos del Antiguo Testamento. La Epístola a los Hebreos señala que un nuevo y «mejor» ministerio con Jesucristo como el perfecto sumo sacerdote, ha reemplazado a los servicios del antiguo santuario. Él es el único y solo mediador (1 Timoteo 2:5). Todos los miembros de la iglesia (hombres y mujeres) son sacerdotes (Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:6). El bautismo es la ordenación al sacerdocio, la cual todos los creyentes comparten (1 Pedro 2:9, 10). El Nuevo Testamento se niega a hacer cualquier distinción cualitativa entre el clérigo y el laico. La iglesia nombra personas quienes tienen responsabilidades especiales, pero la diferencia entre esos funcionarios y los otros miembros no es que se relacionan con Dios en una forma más directa. Todos tienen, por medio de sus oraciones, igual acceso a Dios. Todos dependen de la intercesión del gran Sumo Sacerdote. Y todos comparten la misión del sacerdocio para «mediar» (en el sentido de comunicar) el mensaje de la redención al mundo.
Fuente: Full Adventistas
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