Por: Ghiffor Rhamie
Un símbolo es una idea o cosa que representa a otra. Y un símbolo espiritual nos permite experimentar un significado profundo y duradero de una experiencia por otra parte común. Los símbolos también poseen una dimensión dinámica. Es decir, pueden evocar diferentes clases de reflexiones en diferentes etapas de la vida, brindando así diferentes maneras de observar la misma experiencia y la verdad. Es por ello que los símbolos perduran, porque se adaptan a diversas explicaciones, aun cuando siguen siendo los mismos ayer, hoy y mañana.
Con este trasfondo, me gustaría compartir mi experiencia personal con el símbolo del bautismo. En pocas palabras, “el bautismo es un símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestra recepción del Espíritu Santo” (“Creencias fundamentales de los adventistas del séptimo día”, No. 15). Se realiza en el nombre y bajo la autoridad del Dios trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mat. 28:19). La palabra significa inmersión en el agua, un acto que conlleva un profundo significado simbólico.
En el símbolo del bautismo encuentro al menos cuatro significados para mi vida personal:
1. Un nuevo comienzo
Para mí, el bautismo marcó el comienzo de un nuevo compromiso con Dios. Le dio expresión externa a una posición que tomé, que implicaba comprometerme deliberadamente y ser fiel a una nueva Persona. Pero también me pareció un paso natural como consecuencia de la influencia del reinado de Dios en mi corazón. Recuerdo que le dije a Dios: “Ya hace un tiempo que tenemos conversaciones profundas; es tiempo de que me mude a vivir contigo. No me avergüenzo de ti, y quiero hacerlo público”.
Mi impresión del bautismo en ese entonces no era tanto de una relación para toda la vida como del nuevo comienzo de una relación comprometida. Era algo similar a una boda, que marca el comienzo de algo significativo, porque se da por sentado que a partir de allí comienza el matrimonio, que como podemos ver no es exactamente lo mismo.
Algunos son capaces de decir: “Señor, voy a serte fiel por el resto de mi vida”. Es encomiable. Pero cuando me bauticé, no podía decir tal cosa. En efecto, tenía miedo de decepcionar a Dios. No obstante, concluí, si tan solo me concentro en el hecho de que el bautismo marca un nuevo comienzo, a partir de ese momento viviré día a día. Este enfoque hizo que mi relación con Dios no sufriera una presión desmedida. En su lugar, pude concentrarme simplemente en un nuevo comienzo con Dios.
Jesús le dijo a Nicodemo: “A menos que nazcas de nuevo del agua y del Espíritu, no puedes experimentar realmente el reino de Dios” (paráfrasis de Juan 3:3-8). En mi caso, era como si Dios me dijera en esencia: “Hemos tenido una relación durante cierto tiempo, Gifford; es tiempo de avanzar, de tomar una decisión; es el siguiente paso lógico”.
2. Una renovación espiritual
El bautismo es un símbolo de renovación y sanidad espiritual. Cuando me bauticé, anhelaba una experiencia espiritual. Quería llenar cierto vacío en mi vida. Romanos 6:1-4 habla del bautismo como la muerte, la sepultura y la resurrección del nuevo creyente. Es un texto que no debemos minimizar. Para Pablo, no es un evento para siempre, como si se pudiera madurar espiritualmente en un instante. Porque aunque el bautismo es un evento, sirve también para iniciar un proceso, a saber, una travesía espiritual continua y transformadora a un nivel nuevo y más intenso.
El bautismo
Por medio del bautismo confesamos nuestra fe en la muerte y
resurrección de Jesucristo, y damos testimonio de nuestra muerte al pecado y de nuestro propósito de andar en novedad de vida. De este modo reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, llegamos a ser su pueblo y somos recibidos como miembros de su iglesia. El bautismo es un símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestra recepción del Espíritu Santo. Se realiza por inmersión en agua, y está íntimamente vinculado con una afirmación de fe en Jesús y con
evidencias de arrepentimiento del pecado. Sigue a la instrucción en las
Sagradas Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas. (Rom. 6:1-6;
Col. 2:12, 13; Hech. 16:30-33; 22:16; 2:38; Mat. 28:19, 20).IEl nuevo creyente experimenta maravillosamente a Dios por medio del símbolo. Es un misterio. Yo experimenté el inmenso significado de la muerte, de ser sepultado, de ser resucitado a una novedad de vida. Dios dejó impreso en mi espíritu, por así decirlo, una purificadora línea divisoria de aguas. Entonces me levanté del agua con nuevas expectativas. Fue una experiencia transformadora en la cual el corazón se abrió a la presencia sobrenatural de Dios, una presencia que anticipa y permite nuevas posibilidades, que marca y celebra el movimiento de la esclavitud del pecado a la libertad en Cristo. Señala el nacimiento de un nuevo corazón, que es receptivo a una nueva perspectiva, a nuevos valores, gustos, deseos y posibilidades.
3. Una nueva familia
El bautismo también simboliza que pertenezco a una
nueva familia, a una nueva comunidad –la iglesia– que la Biblia llama el cuerpo de Cristo (Efe. 3:6; 1 Cor. 12:12, 13).
El testimonio de la comunidad local otorga a la experiencia bautismal intimidad y gozo compartido. Hallé que la disposición de la familia de la iglesia para unirse a mi caminar espiritual me brindaba estímulo y respaldo.
Es así que cuando mi madre y mentora espiritual, vio como sus cuatro hijos ingresaron a la pila bautismal (me bauticé junto a tres de mis hermanos), es como si dijera junto a la congregación: “No estás solo. Estamos celebrando, y te apoyamos”.
Este es el cuerpo al cual se une el nuevo miembro por medio del bautismo.
4. La experiencia de los nuevos dones
El bautismo, finalmente, es un símbolo del ungimiento. Cuando fui bautizado en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se me otorgó el poder y la autoridad de servir a las personas (Mat. 3:16; Hech. 19:1-5). Fui unido en nombre del Espíritu Santo y mis talentos naturales fueron bautizados conmigo.
Estas fueron buenas noticias para mí. Significaba que no solo Dios me quería, sino que me necesitaba y confiaba en mí. No fui dejado de lado (Efe. 4:7-10). El desafío de la iglesia local es capacitar al nuevo creyente para que vea esto como parte de su herencia bautismal, especialmente en esta etapa espiritual cuando está entusiasmado y siente el fervor del poder transformador de Dios en su vida. Me resultó inspirador ver cómo Dios nos otorga dones sobrenaturales y espirituales para la construcción del cuerpo de Cristo (véase 1 Cor. 12:27-30 donde se enumeran estos dones).
Fue entonces que como nuevo creyente capacitado y dotado pude florecer en el ministerio de la música (por dar un ejemplo personal) y cooperé con otros ministerios para contribuir con el crecimiento físico, espiritual y emocional de la iglesia. Comencé a servir no solo a la iglesia, sino también a la comunidad en general. Esta sucesión continua entre sociedad e iglesia ha brindado relevancia a mi ministerio a lo largo de los años.
Por ello, el bautismo significó para mí un nuevo comienzo con un Dios personal, tenaz e ilimitado; una renovación espiritual (a pesar de todas sus complejidades y contradicciones); un nuevo sentido de pertenencia (a una comunidad diversa y multifacética) y una nueva fuente de poder espiritual (manifestado por medio de los dones espirituales y la comunicación). La experiencia del bautismo me ha lanzado a una nueva e intrépida travesía con Dios.
Gifford Rhamie es docente del departamento de Teología del Newbold College, en Inglaterra, donde se especializa en Nuevo Testamento y Estudios Pastorales y codirige el Centro de Diversidad..
Fuente: AdventistWorld
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